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Disolver la mirada

en el movimiento del agua:

las tazas de café esconden algún misterio.

De paso por el mundo

estamos cada vez más solos,

intentando que las palabras se reúnan en el diálogo

cuando la verdad es que se están cayendo del sueño.

Intentamos desesperadamente despertarlas,

reanimarlas con la boca

para que no terminen ahogadas en el interior de la taza,

perplejas por su inutilidad.


Disolver la mirada

en el marco de la ventana

creyendo que existe eso que llamamos día,

eso que tan pobremente llamamos noche,

cuando ambas cosas no son más que un espacio

y un tiempo,

lugares que solamente existen en nuestros ojos mirando

la película del universo

mientras se quema.


Puedo escribir océanos de letras en este teclado

pero llego siempre al mismo paisaje:

algo que se quema, 

algo así como un bosque:

empieza como un murmullo desde el fondo del líquido

llamándome,

queriendo salvarme alguien del otro lado del portal,

una voz que apenas reconozco,

algo que pronuncia mi nombre

con una dulzura atroz,

como un autorretrato inacabado,

algo que invoca el pasado, el presente y el futuro,

un aleteo, una rama movida por la brisa,

un animal perdiéndose entre las llamas.