Miguel D. Mena es como un monje tibetano al que apedrean para intentar desconcertarle de pronunciar sus mandalas, coger su palito y hacer figuras en la arena mientras la imbecilidad dominicana adquiere nuevas proporciones. La palabra arena parece adecuada como una metáfora: hay una materia que se te desaparece de las manos, algo así como una dignidad, una búsqueda, un intento de generar pensamiento en un contexto donde a nadie le importa un coño. Miro a Miguel y pienso en la portada de “Wish you were here”, de Pink Floyd, siendo Miguel el tipo que se quema.


Icónica portada del disco “Wish you were here”, de Pink Floyd.

Miguel D. Mena es uno de los trabajadores más arduos, necios y obsesivos del pensamiento crítico en un país donde a nadie le gusta pensar, ni leer y que quien piensa, cuestiona o simplemente sobresale ante la mediocridad, es mal visto, repudiado, envidiado, vomitado de su contexto cultural.

Santo Domingo ha vomitado a Miguel D. Mena en muchas ocasiones. Nuestros intelectuales, con sus “omisiones ideológicas”, parecen no ver por ignorancia, o desviar intencionalmente la mirada de un trabajo de más de 30 años, forzando con el libro que nunca necesitó “venir”, como el tan manoseado hashtag “Viene Libro” que se escucha en estos días. El libro siempre estuvo aquí, en sus Fiestas del Libro. Parece que no entienden ni respetan su producción, su capacidad para generar el pensamiento y festejar la literatura, así como celebramos la amistad. Para Miguel, lo importante no es precisamente el “hacer fanfarria” más allá de la producción de conocimiento. Por eso, sus actividades siguen sin publicitarse más allá de sus propios espacios y medios. Miguel no hace “bulto”, no cae atrás, no manda invitaciones personalizadas impresas en papel de hilo, ni promete ninguna picadera al final para la Socialite.


Fotografía de Jaime Guerra.


Fotografía de Jaime Guerra.

El día de ayer se inauguró la Feria del Libro y para mí no se ha inaugurado nada. ¿Qué es lo que se va a ver en la Feria del Libro? ¿Cuál es la gran oferta de nuestras actividades culturales? ¿Cuál es su verdadera propuesta de valor más allá de cumplir con una agenda gubernamental de proyección de marca país, de agotar un presupuesto y para colmo, tan mal?

Pienso en Miguel, haciendo dos, tres y cuatro Fiestas del libro mensuales con un público reducido (pero fiel), una comunidad de creadores que piensan y valoran su trabajo: ha hecho más por la literatura dominicana que las últimas 15 ferias del libro juntas. Da pena. Su historia es la del fracaso, la del jodido, del desempleado, pero no por falta ni de talento, ni ideas, propuestas, libros, actividades, sino porque a nadie le importa un coño sus aportes, pero sí esperan silenciosos como serpientes a que descubra al próximo Juan Sánchez Lamouth. Estamos hablando de una de las personas más importantes en la divulgación de la obra de Pedro Henríquez Ureña. ¿Habrá alguna oportunidad en este país para Miguel D. Mena?


Algunas de las imágenes que Miguel crea
para promover sus actividades.


Imagen impresa de PHU frente a un punto comercial. Imagen de Miguel D. Mena.

Hace muchos años, en el gobierno de la mañana, el ilustre filósofo de la cultura popular, míster Álvaro Arvelo, hizo una premonición: ¿Existe Miguel D. Mena? No, no existe ni existirá mientras exista el país dominicano. Será olvidado o en el peor de los casos, homenajeado póstumamente en la misma Feria del Libro que aborrece. Miguel es una invención de nuestra imaginación que tiene tesoros desaprovechados, la confirmación de que este país no merece gente como Miguel, pero merece el Gobierno de la mañana, al Pachá y la Feria del Libro. ¿Y los ministros e intelectuales, existen? Solo se les ven cuando hay un vinito, o un quesito, o un fotógrafo, dejando esa prueba que saldrá en la próxima nota de prensa de turno o en la portada de Ritmo Social. En este país a nadie le importa la cultura más allá que para seguir vendiendo una idea de la dominicanidad como una postalita repetida.


Fotografía de Maurice Sánchez.

Todos sabemos que la cultura siempre ha sido un negocio, y quien jode, empuja, pone de su dinero sin una retribución justa, dedica su tiempo, esfuerzo y vida en generar nuevos espacios de diálogo, reflexión y pensamiento, son ninguneados constantemente por la mediocracia simbólica de nuestro desierto cultural. Gente como Miguel, a quienes se le siguen cerrando espacios como persianas clausuradas, gente esencial, todos los otros Migueles, seguirán haciendo lo suyo como monjes a quienes nada le perturba mientras los flashes de las cámaras resplandecen sobre los rostros sonrientes de nuestra supuesta coreografía cultural.


Lo que le queda a Miguel es seguir trabajando. Fotografía de Jaime Guerra.

—Claudio Mena. 23.04.2022