¿Podría escribir contra mí mismo?

¿Sería el “contra mí mismo” una práctica autodestructiva o una nueva configuración de mi auto-percepción como sujeto? ¿Qué implica la escritura en mi subjetivación?

Pensando la escritura como un proceso de expresión/reflexión, de un auto-reconocimiento en un contexto social que articula sus maquinarias para definirnos, de fuerzas convergentes que constantemente nos configuran estableciendo el orden que asimilamos desde el supuesto de ¿identidad? (en toda su ambigüedad conceptual), escribir contra mí mismo supondría primero el intento de responder a la pregunta: ¿qué significo yo como sujeto, como ente social, y cómo ese reconocimiento me condiciona y me define?

En segundo lugar, tendría también que intentar explicar la escritura como un fenómeno que abarca más allá que la expresión pero sobre todo, que implica pensar la escritura como el ejercicio de escribir en sí, de articular un texto, un discurso, producir un conocimiento, abrir una interrogante, crear algo para “ser leído” y por consiguiente, estructurado a través del lenguaje como elemento común: al escribir se hace historia y se busca un/a/e semejante. Escribir contempla a la otredad de manera instantánea, incluso en el plano inconsciente: siempre se habla a un/a otro/a y en esa distancia a veces abismal, las polaridades hacen de la escritura un intercambio, un vínculo sagrado. Entonces, la escritura se convierte en tantas cosas, desde el manifiesto testimonial hasta la destrucción de las instituciones jerárquicas que organizan el cuerpo social, en cualquier realidad que implique a otras subjetividades.

La razón ontológica

Somos en función: a lo que creemos ser, lo que somos, lo que se nos dice que somos, lo que pensamos, lo que aprendemos, lo que nos conforma y el equilibrio/desequilibrio relacional entre todas esas fuerzas. Como sujetos tenemos la necesidad de configurar una idea de cada cualidad propia, de nuestra imagen en el espejo, de nuestra proyección pero más significativo, de nuestra voz. Somos, conforme a lo que decimos y dejamos de decir: somos también en función a lo que cristalizamos como idea definitiva del “uno/a/e mismo”. En ese sentido, de manera ontológica tendemos a encasillarnos en esa idea del yo como un absoluto y no como un constante movimiento, como una mutación, como la falta de certeza, algo conceptualmente híbrido. Llegamos a creer que somos seres absolutos, formados, edificados, bien plantados sobre terrenos inamovibles, sin permitirnos siquiera asumir procesos de transformación y de construcción más allá de uno/a/e mismo/a/e hacia lo desconocido, lo sinuoso. Ser implica tiempo y espacio, dos conceptos que en términos políticos han sido negados por una tradición histórica excluyente de realidades y corporalidades. En ese sentido, el papel de la escritura es más violento y necesario. Ser supone una estrecha relación con el no ser, un eterno antagonismo retórico en el que podemos quedarnos ad nauseam sin llegar a lugar alguno. El asunto quizá, es asumir que el ser es algo irresoluto y que lo importante es estar constantemente entendiendo aquellos supuestos normalizados y asumidos en el imaginario personal.

Partiendo de la idea de que nos asumimos basándonos en aquello que “creemos ser”, que tenemos una concepción propia concreta, una narrativa del yo y del supuesto de identidad, escribir contra uno mismo implicaría poner en evidencia el proceso de subjetivación por el que socialmente pasamos y destruir aquellos absolutos que aparentemente nos definen. Escribir contra uno/a/e mismo/a/e es casi una invitación necesaria a revaluar todas esas preconcepciones de la vida que nos creamos: un ejercicio reflexivo de autocrítica constante como manifiesto vital.

03/05/2020

Escrito a partir de una lectura del texto de Valeria Flores, “Escribir contra sí misma: una micro-tecnología de subjetivación política”, compartido por Johan Mijaíl como parte de los materiales de su “Taller de escritura autobiográfica”. Este texto podría pertenecer a una futura publicación de Catinga Ediciones.