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13.

Mis límites de la ciudad son muy cortos:
son la línea que va curvando
hasta perderse,
hileras de automóviles,
edificios iguales,
desde mi casa al trabajo,
desde el trabajo a casa,
y el trayecto es prácticamente
“el universo”.
Camino al lado de los ángeles
y el hogar y el trabajo,
son los verdaderos lugares de tránsito.
Me quedo absorto,
aprovechando alguna vaga idea que me surge
mientras me mojo en el carrito público:
saco con dolor la libreta,
el agua se mete en mi mochila
—tengo que cambiarla cuanto antes—,
y al lápiz se le hace difícil escribir,
la gorda de al lado me mira mal,
yo la miro aún peor,
el chófer la mira con odio desde el retrovisor,
y el agua y el sudor y la gorda y el ruido
-todos al unísono-,
y no termino de llegar,
y se me escapa la idea,
y escucho mentalmente a mi madre y sus sermones
de por qué es importante
llegar temprano a los sitios.
Me presionan los demás pasajeros,
me despiertan,
me vomitan desde el asiento trasero hasta que salgo.
Doy gracias a dios que se desmontan algunos,
respiro aliviado esperando que nadie más entre.
Quiero pagar dos asientos
poder escribir,
pero me falta dinero y tiempo y vida,
y ya es demasiado tarde.
Estoy llegando a mi parada:
hago un mapa mental de las líneas
que recorro a diario,
formas geométricas se dibujan en mis manos
-las mismas geometrías verticales-,
de alguna forma me he perdido una vez más
y el poema es la cartera robada con mi foto.
¿Quién le dará un mejor uso que yo?
Lo ideal sería que alguien me robe un poema,
pero los ladrones no roban poemas,
hacen poemas que no escriben
y sueño que al menos me quiten los dientes de la foto
y algún niño me encuentre en la calle,
-al lado de los cartones de huevo-,
me ponga bigotes
y sonría.

Poema extraído del poemario "Obscenografías" (2015) y compilado en el libro "Graffiti",
publicado por Ediciones Moñohecho en Mayo del 2018.