1

La tierra me engulle 
en sus culebras de metal
y el tránsito por su esófago 
me junta por ósmosis con otros cuerpos.

Me disuelvo imaginando 
hasta qué punto terminan mis manos 
y comienzan otras manos,
dónde se dividen las aguas en nuestros ojos,
qué anhelos guardan tras de sí.

Salir del túnel es como morir
despertando en el medio del sol.

2

Las casas son
pequeños universos paralelos:
abismos que guardan la memoria del tiempo,
retratos olvidados en el mostrador
de aquel familiar que se desdibujó en ti,
muñecas sin rostro, 
barro imposible que colma el centro de las cosas,
madera por donde se filtra la luz,
epifanía que revela el ojo,
ha cambiado de color una vez más en la sala. 




4

Construir un templo sobre la ruina:
un lugar donde pueda peregrinar 
hacia una ciudad interior,
más allá del cuerpo,
donde tras la destrucción me espere
el bloque de concreto como recordatorio
de que aún me espera el trabajo,
la resurrección,
Cristo fumándose un joint
bajo los tenis que cuelgan en el barrio
–que también esperan la redención 
que cuelga de las nubes–,
que han llorado la lluvia 
y se han quemado bajo el sol,
huérfanos de los cordones.

5

De pronto todo se junta:
uno a uno los pedazos de mí 
arman un muñeco de alfileres,
vudú desde otra constelación,
acupuntura, bendición mística,
cúmulo de abrazos.
¡La amistad es una fiesta!
Hay gente que te arma
y tú que nunca esperas la sal de la tierra:
te has convertido en médano,
te sale el cariño en un chuflái
y así pasa.

Los días son
como un grupo de palomas
remando. 

6

Cuando chocamos
se rompe la máscara que articula nuestro discurso,
se precipita hacia la oscuridad
porque estamos ahí,
hablando nuevos lenguajes con los ojos,
palabras que nos cuentan sus secretos
moldeando con los dedos todas las formas posibles:
ombligo que se vuelve un estanque de llamas y así.

Entramos en lugares donde hay que caminar
quitándose los zapatos en la puerta.

Guardo tu rostro siempre
y eres todas mujeres que existen:
un poema de hilos trenzados.

7

Estoy repleto de gente:
el reflejo en los cristales 
señala mi rostro distorsionado
y los perros me ladran en las esquinas.

Mi ciudad dibuja señales en las azoteas
articulando entre mis brazos el aire:
se agolpa en las ventanas
como un eco
y golpea rebotando milenios.

Soy esta ciudad que ves en tus pasos sola:
un grito que se te devuelve.

9

Todas las casas:
capas de pintura
que cubren lo que alguna vez fue el color
y hoy son la máscara del pasado,
la fina línea que marca el cambio de estación.

Todas las casas:
el arañazo del gato
que agrieta el cosmos en la pared,
la historia permanece escrita en el concreto
como prueba de que hemos existido.

Alguien estuvo aquí,
habitó la rodaja de las horas
en el mismo espacio,
tuvo sueños igual que tú.
Ahora dejas caer algunas lágrimas
por alguien que se fue para siempre.

Alguien dejó una huella que hoy vemos
por mera casualidad. 

10

En este preciso instante,
mientras pasan guaguas 
en avenidas principales de la ciudad,
un disparo atraviesa la pared en el Cáucaso,
una taza de té que se rompe,
–hilo vertical que corroe la luminosas presencias–,
cierzo que apaga de pronto las velas,
las oraciones,
un humo que llora frente al sepulcro,
tambor de guerra
agrietando el contorno del ser, 

da un rodeo    –   queda ausente   –   se esfuma.

En Beijing, 
el dibujo de un cuerpo: 
miseria manoseada de ojos,
tubo por el que gira el odio del hombre,
lágrima que se oculta de pronto en las mejillas,
la polución del templo:
gong.

11

La caja de madera
es un enjambre de sueños que se nutre del sol:
un arenal de días como playas
que espera de pronto 
la llegada inmaculada del zapato
donde se hará materia el espíritu.

Brillo del barrio,
estela carmesí:
el tránsito hacia los confines 
del mundo que calla bajo los pies.

12

(En homenaje a todas las mujeres que han muerto asesinadas). 


He muerto;
mi cuerpo desnudo es un imán
de corales y algas que recoge del agua,
moluscos, peces y gusarapos;
que duerme la suerte del sol que lo tuesta,
habita el centro de luz azul que lo cubre,
se mueve en vaivén,
un ensayo que los barcos han de descubrir
y los turistas risueños
cambiarán la sonrisa por la mueca del asombro,
sombrías las piernas magulladas,
y los senos que miran al cielo como un bizco. 


13

Hay un rayo de luz
que atraviesa por la grieta en la ventana,
 hace un círculo en le mesa
  y espanta las hormigas
que hasta hace poco danzaban alegres su festín,
y el café del día anterior,
pegado a la taza como si fuese 
un manto de hielo sobre el mármol,
 refleja un hueco estático
por donde se asombran mis ojos 
 –y se asustan con sus ojos–,
retroceden,
vuelven temerosos al abismo.

Y así, poco a poco,
el frío coge su ropita,
se viste, se peina y me deja tranquilo.

14

Corro el riesgo de quedar vacío:
un estanque tranquilo en el que cae la gota,
círculos que se propagan 
 como un mantra
 rebosando,
una grieta geométrica en el tinaco.

Poco a poco el surtidor
que se mueve chocando sobre el suelo,
–haciendo otras grietas–,
deja de caer.

17

Ciudad: 
un invierno que no precisa de nieve.

No seré donde reflejarás vagamente
tu retrato inacabado,
ni donde viertas tus sueños.

Estos textos
serán discos que giran en la languidez
dejando ver hologramas 
 mientras la aguja 
  traza una espiral infinita.

Vernos sin llegar a ser descriptivos,
a eso aspiro:

que los adjetivos se pierdan en las calles 
más solitarias de la noche
y nunca más regresen.

19

Tu imagen, 
un retrato de alguna diosa hindú
con 15 cabezas y 500 brazos de colores:
un brazo para el abrazo,
un brazo para la cena,
un brazo para el vino,
un brazo para acercar mi rostro a tu rostro,
otro brazo para decirme adiós en la calle
 y alejarte discretamente.

Mi imagen ,
un instrumento que toca el animal antiguo,
colmillos en la noche,
despertar en la madrugada 
 con la luz de tu ventana
–así sin que te enteres–,
y ya he mordido alguno de tus sueños.

Secada la sangre de mis labios,
irremediable al fin del deseo.

22

El pez de fuego: 
zig-zag naranja 
en la cornisa del ojo.

Nado y vuelo:
piruetas en el confeti que explota,
los ojos, toda una fiesta
–fuegos artificiales–, 
seres que se pierden bosque adentro
entre las hojas de la memoria que se agota.

Pronto este poema se borrará lentamente,
letra por letra,
y el pez de fuego ante los ojos
ha de hilvanar un trazo
 de camino 
  hacia 
   el olvido.


26

Nadie quiere retratar
la propia fragilidad
cuando te encuentras llorando sin razón
una noche cualquiera,
fumando y fumando
hasta que tus ojos rojos quedan hechos polvo,
y el temblor de las manos
y la falta de aire,
están abriendo un hueco en la historia,
mostrándote un rostro más de la muerte,
aunque no le tienes miedo:
nunca has temido morir,
lo que te aterra es no saber vivir.

28

De vez en cuando
dejo las tazas de café
muy cerca del borde,
por si acaso alguien pasa en descuido,
demasiado cerca,
y las tumba,
cayendo como un ave 
que de pronto se queda sin alas.
¡Y puff!

Así quizá el solo hecho de esperar ansioso el ruido,
–el posible desastre–,
me trae una paranoia similar a la que vivo
cuando por razones que desconozco,
entro en las arenas movedizas del pensamiento.

Me hago materia oscura 
y ya estoy peleando sin saberlo.

29

Un caleidoscopio de manos,
tibio barro que moldeándonos nos funde
en la unidad perpetua de las horas,
un réquiem al segundo que pasó.
Tres imágenes se graban en un cuerpo,
vudú ancestral de palos y diosas,
principio esencial de las cosas
por donde todo se escurre.

Un triángulo de cristal,
un mantra de agua,
una montaña que crece entre las manos,
un monte de culebras y escorpiones,
un círculo callado que ahora es ruido,
avanza sin pausa hasta que llega.

31

El vaso está en la mesa
y el agua que lo llena
no para de caer goteando desde las alturas
rebosándolo,
sin contar que ya no queda un milímetro posible
para que el horizonte del tope sea plano.

Así se sobresalen los montes y las llanuras de agua
precipitándose hacia lo desconocido de la mesa
y esta a su vez, se ancha de lo mojada.

Ese vaso que está sobre la mesa,
rebosado en la intermitencia 
como sortilegio de perpetuidad,
si fuera quizá un vaso por la mitad,
o un vaso mágico que aún partido
puede contener todo el líquido del mundo,
fuera igual de imperfecto,
igual de objeto,

tiene una misión que desconoce:
no sabe qué papel es más importante,
si vaciar o contener,
si guardar las reservas 
o fluir desde el fondo una ola con crespones,
nutriendo la urdimbre de la muerte.

Irá mojando todo para después 
deshacerse en la nada,
un cálido vapor del trópico 
que se eleva como una oración inconclusa,
un llanto silencioso 
que nombra en el aire rumores consabidos.

Ese vaso no sabe si quedar por la mitad
puede ser una virtud
y si el rostro que sus aguas refleja
es un delirio amenazando la certeza.

32

No he visto arder ninguna ciudad
ni tenido ideales tatuados
como serpientes que se entrelazan
en el cuerpo de una rata.
No he tenido los pies rotos
de tanto caminar el mundo –ahora polvo–, 
arena que se desaparece entre los dedos.
No he visto a los héroes de ninguna generación
salvarnos del fuego,
ni de la larga noche,
donde las nubes aguardan tristes sobre seres
que callan a la espera de la muerte.

Mis palabras no serán nada,
ni siquiera durará el papel que las sustenta:
amarillento, .on el mundo 
de la misma forma que los ángeles en espiral
en un grabado de Doré.


Poemas extraídos del poemario No.3 de la "Colección de cuadernos de Frasco de Paisaje" (2019), publicado por Ediciones Moñohecho.