Pasa una haitiana
con la mitad del casco de un abanico
en la cabeza:
plátanos fritos en finas rebanadas
presos en funditas azules y rosadas de plástico.

La policía ha venido hoy
y un gentío de vecinos
está alrededor de la casa frente a mí.
Horas antes Eduardo había roto una silla
sobre la cabeza de alguna vecina que nunca conocí
–supuestamente una de sus mujeres-
y horas antes a esas horas,
había enunciado
una a una
las formas en las que podía matarla.
Ese Eduardo es un artista de la muerte.
La policía ha venido a llevárselo
como casi todos los meses
desde que tengo uso de razón
y ahora los únicos que no se detienen
a ver el espectáculo
son los vendedores ambulantes,
la haitiana que va ahora lejos
y un tipo que carga un colchón muy deprisa.
Hay quienes no se inmutan
“otra vez la misma historia de siempre”,
alguien debe estar aprovechando
para robar algún electrodoméstico
mientras el colmado
sigue vendiendo
esquizofrenias.
El policía voltea
y me ve grabando la escena
mientras recito para mí este poema,
amenazando con romperme la cámara
-y la cara-
si no dejo de grabar.
Lo que no sabe es que aunque lo haga,
mis ojos están en el mismo sitio que los suyos,
mis manos bien pudieran cerrarse
-igual que las suyas-,
y partirle la cara
aunque caiga preso.

Tranquila Gaby,
hoy no será ese día.

Poema extraído de "Otros poemas sin importancia" del libro "Graffiti",
publicado por Ediciones Moñohecho en Mayo del 2018.